Joan Sala, Serrallonga

Joan de Serrallonga, la cabeza más visible del bandidismo catalán de los siglos XVI y XVII, época en la que los bandidos eran los protagonistas de toda la región, convirtió las Guilleries en un escondite perfecto contra sus enemigos.

Joan Sala Ferrer, nuestro famoso bandido, nació en Viladrau el 21 de abril de 1594 dentro de un entorno empobrecido. Él era el tercero de cinco hermanos y, cuando era pequeño, se le murió la madre, llamada Joana. Tanto su padre como su hermano mayor Antoni, se casaron con dos hermanas de Tona. Del primer matrimonio, nacieron tres hijos más: Pere, Joan y Segimon, quienes también seguirían sus pasos en el mundo del bandidismo.

El origen de su sobrenombre se debe a su boda con Margarida Tallades, la hija mayor del cortijo de Serrallonga de Querós, que se celebró el año 1618. Querós es una antigua población situada en el término de Sant Hilari Sacalm y, actualmente, se encuentra anegada por el pantano de Sau.

Al tener una familia numerosa y debido a la miseria, Joan Sala se inclina, juntamente con su hermano Segimón, por el mundo bandido. Sin embargo, no fue hasta el 1622, cuando mataron a Miquel Barfull debido a su reclamación delante de la justicia, que no dio el paso importante al bandidismo y comenzó a formar grupo con los conocidos bandidos Jaume Masferrer (Tocasons) y Jaume Melialta (el Fadrí de Sau). Este grupo llegó a tener más de 200 bandidos y fue un gran tormento por las autoridades después de miles de robos en cortijos, secuestros por los que pedían dinero, y asaltos a carruajes en el macizo de las Guilleries, Collsecabra o rutas que llevaban las mercancías de Barcelona a Francia.

Serrallonga, el principal peligro para las autoridades, tenía la ayuda de personajes de gran relevancia como el rector de Castanyet, quien le prometió a Serrallonga que cuidaría de su familia después de su muerte, los monjes del monasterio de Sant Pere de Rodes o distintos personajes que le permitían alojarse en el Rosellón para refugiarse al otro lado de los Pirineos durante el período en que muchos de sus compañeros eran capturados y ajusticiados.

En el año 1632, durante la vuelta de una de sus fugas al Rosellón, Joan Sala secuestró a Joana la Massissa, la viuda de un molinero de Castelló d’Empúries, con quien tuvo una gran historia de amor. Después de 9 meses en Francia, decidieron volver a tierras catalanas y, debido a la desaparición de la cuadrilla de bandidos, durante un tiempo estuvieron por los Pirineos viviendo de pequeños robos y alojándose en masías de antiguos amigos.

Una vez en las Guilleries, su vida corría peligro porque la presión real era muy potente. El 31 de octubre de 1633, Serrallonga fue atrapado por las tropas del virrey en el cortijo Agustí de Santa Coloma, traicionado, principalmente, por el heredero de esa casa. Fue cogido por el lugarteniente Montpalau y torturado conjuntamente con el alguacil Montredó. El 8 de enero, dieron sentencia de muerte a Serrallonga. Aquel mismo día fue ajusticiado en Barcelona y su cabeza fue colgada en el portal de Sant Antoni. Se dice que aquella misma noche, la cabeza de Serrallonga desapareció y que fue cosa de sus compañeros, quienes esa misma noche lo enterraban en Tavertet.

Hoy en día, al oír hablar de la valentía de Serrallonga nos viene a la cabeza la frustración del pueblo ante un poder autoritario capitalista y, por esta razón, nos damos cuenta de que Serrallonga siempre ha sido un personaje ideal para el pueblo catalán.